Daniel Arroyo
Ex Viceministro de Desarrollo Social de la Nación
Uno de los grandes ejes de la situación
social en la Argentina radica, sin dudas, en el drama muy fuerte que hoy sufren
los 900.000 jóvenes de 16 a
24 años que no estudian ni trabajan. La resolución de este tema es clave para
comprender qué país queremos para los próximos años
Aquí parece encontrarse uno de los desafíos
más complejos. Cuando se habla de jóvenes que no estudian ni trabajan se
refiere a jóvenes que directamente no hacen nada, o que entran y salen del
trabajo y de la escuela con mucha frecuencia, es decir no logran sostenerse ni
en el sistema laboral ni en el sistema educativo.
En lo referido al sistema laboral el problema
de los jóvenes no se vincula con el aprendizaje de la tarea sino con darle
continuidad a la misma. El problema de los jóvenes pobres no es entender que
hay que hacer en el trabajo, sino ir a trabajar todos los días 8 horas en un
esquema en donde muchos no han visto ni a su padre ni a su abuelo trabajar.
Este problema también se cruza con el de las
adicciones y el hacinamiento: el ciclo en los grandes centros urbanos es el de
un joven que comienza estando hacinado en la casa por ello se va a la esquina
porque hay más lugar y mejores condiciones, en la esquina empieza a consumir
porque todos consumen y así empieza a endeudarse. El ciclo hacinamiento,
consumo, endeudamiento, se completa con la posterior estigmatización que hace
gran parte de la sociedad marcando a ese joven como el culpable de la
inseguridad. A ello debería agregarse el alto porcentaje de embarazo
adolescente que reproduce el esquema de hacinamiento y vuelve a complicar las
cosas.
Es necesario un gran acuerdo social y un plan
masivo que ponga el acento en la inclusión de los jóvenes y que, además de
incluir mucho de lo que ya se está llevando adelante en la Argentina con
programas de becas y apoyo económico para los jóvenes, incorpore también una
red de tutores creíbles para los jóvenes.
Los jóvenes sólo creen en los que ven
cotidianamente y no respetan tanto a las instituciones como a algunas personas
específicas, alguna maestra que tiene buena onda, algún pibe de la esquina,
algún referente vecinal, algún técnico de club de barrio. Se trata de potenciar
una red de tutores para los jóvenes a los que sientan que no tienen que
fallarles, y que puedan ayudarlos a sostenerse en su tarea laboral o en la
escuela. Aquí es esencial el rol de las organizaciones sociales, que tienen
legitimidad entre los propios chicos por su trabajo en los barrios.
En el mismo sentido, es necesaria una reforma
del sistema educativo que revise los objetivos de la escuela secundaria y el
nivel terciario y los ponga en línea con los sectores productivos estratégicos.
Cierta flexibilidad del sistema podría
permitir incorporar a jóvenes que hoy se encuentran fuera del esquema
educativo. Si un joven de quince años que ha salido del sistema educativo
vuelve a cursar con chicos de once en la misma aula, la situación se torna
inviable para los chicos y para el mismo docente y termina inexorablemente en
un nuevo abandono.
Reconocer saberes previos y dar oportunidades
más adaptables a cada realidad para terminar el nivel medio parece una cuestión
fundamental para lograr que los jóvenes tengan más oportunidades en el mercado
laboral. En los últimos años ha habido avances en la vuelta de la escuela
técnica y el desafío ahora parece ser como flexibilizar la educación media sin
perder nivel pedagógico pero poniendo el acento en la posibilidad de armar
programas específicos para las distintas realidades.