viernes, 10 de agosto de 2012

Reportaje a Daniel Arroyo en El Cronista sobre la situación social en Argentina



Hoy estamos en la misma situación de desigualdad que cuando la economía crecía en los 90

Por Micaela Pérez


El ex ministro de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires, Daniel Arroyo, afirma que, amén del crecimiento económico, para mejorar la situación social en el país hace falta una nueva generación de políticas sociales que rompa con el clientelismo político. Alerta sobre el problema de la inflación que complica a los pobres y las deudas todavía pendientes.




Daniel Arroyo conoce como nadie las claves de la política social en la Argentina. Y no sólo porque cuenta en su CV con la experiencia de haber ejercido los cargos de ex secretario de Desarrollo Social de la Nación durante la gestión de Néstor Kirchner, y, más tarde, ministro del área en el gabinete de Daniel Scioli. Su vasta trayectoria en la materia (es asesor de distintos organismos como el PNUD y la Cepal) le otorgan autoridad para ser escuchado cuando pregona que es necesario avanzar hacia “una segunda generación de políticas sociales”, si lo que se pretende es dar vuelta de una vez por todas la pobreza y la marginalidad en la Argentina.
En una entrevista con WE, el actual director ejecutivo de Poder Ciudadano y especialista en gestión de políticas pública repasa uno por uno los desafíos pendientes en materia social y pide atender el problema de la inflación que afecta, sobre todo, a los sectores más pobres del país.

* La Argentina lleva ocho años de crecimiento y los problemas sociales siguen tan vigentes como antes. ¿Qué está fallando?
- Después de esos ocho años ha habido avances en cuanto a que se redujo la pobreza y la desocupación. En 2001, teníamos 57% de pobreza y 28% de desocupación, está claro que no es ésa la situación hoy, pero hay al menos siete cuestiones estructurales que siguen pendientes. La primera es la pobreza estructural, la Argentina tiene casi un 20% de la gente que no tiene piso de material, servicios básicos y no ha tenido movilidad social ascendente. Tiene más apoyo del Estado, pero no ha logrado entrar al mundo del trabajo. Un segundo problema es la informalidad económica, ya que un 30% de los argentinos que trabajan no tiene recibo de sueldo. Un tercer problema es la desigualdad: en la década del ‘70, la diferencia entre el 10% más rico y el 10% más pobre era de 7 a 1. En 2001, se fue a 44 a 1 y hoy, es del 24 a 1. Mejoró respecto del colapso de 2001, que es medir contra la catástrofe, pero es altamente desigual.

* ¿Y qué pasa con esa brecha si se la mide contra los años de crecimiento de la década del ‘90?
- Antes del efecto tequila, era del 24 a 1. Es decir, hoy estamos en la misma situación de desigualdad que cuando la economía crecía en los '90, previo al efecto tequila. Y la desigualdad es la causa de violencia social en la Argentina. Más desigualdad, más inseguridad, además de otros factores que tienen que ver con este fenómeno. El cuarto problema son los 900.000 jóvenes de 16 a 24 años que no estudian ni trabajan. Es el grupo social más crítico y el problema allí es sostener el ritmo laboral porque no han visto a su padre o a su abuelo hacerlo. El quinto problema es el aumento sustantivo de violencia invisible, que tiene que ver con una persona que viaja mal, tiene dificultades, llega a la casa y se pelea con la mujer, un fenómeno fuerte de mal vivir que se transforma en violencia invisible, porque uno tiene que estar en la casa para verlo.

* Van cinco. ¿Cuáles son las otras dos cuestiones pendientes?
- El sexto problema es el hacinamiento en los grandes centros urbanos. El chico que está hacinado en su casa se va a la esquina y empieza a consumir y se endeuda para hacerlo. El ciclo hacinamiento, consumo, endeudamiento, se completa con la posterior estigmatización que hace gran parte de la sociedad marcando a ese joven como el culpable de la inseguridad. Y el séptimo problema es la escuela secundaria, donde la mayor desigualdad está en los contenidos. Un chico en tercer año de secundaria de una escuela pública no sólo tiene problemas de infraestructura o le falta gas, sino que aprende mucho menos que un chico de igual año en la escuela privada. El gran desafío tiene que ver con mejorar los contenidos y achicar brecha en la escuela secundaria. Salir del modelo enciclopedista, que es previo a la explosión de las redes sociales. Hoy se requiere otro mecanismo.

* ¿De qué depende que el crecimiento del país se transforme en desarrollo?
- Crecimiento es el período para arriba; desarrollo es el período para arriba y la inclusión social. Que mejore la situación social en la Argentina no depende de que crezca la economía al 3, 4 ó 6% en los próximos años. Depende de encarar un nuevo ciclo de políticas sociales. En el tema jóvenes, hace falta un fondo de inclusión fuerte. Volcar $ 4000 millones en forma permanente y sostenida en el tiempo y armar becas para que completen la escuela. Y una red de 20.000 tutores para que cuando el chico deje de ir a la escuela o a trabajar lo vayan a buscar a su casa. También dar incentivo fiscal a las empresas que tomen jóvenes.

* Usted estuvo del otro lado del mostrador, dentro del Gobierno. ¿Hay voluntad política de cambiar las cosas o la urgencia electoral siempre se impone por sobre las mejores intenciones?
- Hay una mezcla. Hay voluntad en América latina, en general, de mejorar la situación social. En todos los países de la región, la inversión social creció mucho. En Argentina, pasó de $ 1500 millones a $ 18.000 millones. Hay vocación por atender lo social y hay, en muchos casos, una trampa de la política social usada como red política, una trampa muy fuerte en términos de que genera clientelismo, pero también genera un efecto en los ciudadanos. El ciudadano aprendió a decirle a la política lo que quiere escuchar y luego tiene autonomía y elige entre lo que hay. El voto es muy racional y comparativo. El ciudadano toma todo y después ve.

* ¿Es utópico pretender erradicar el clientelismo en el país?
- El clientelismo es muy difícil que se quite. Tiene que ver con la intermediación. Las formas de romperlo son dos: una es universalizando las políticas. La asignación universal por hijo es una política no clientelar, de acceso directo. El clientelismo tiene que ver con la discrecionalidad, a vos sí, a vos no. En la medida en que vayamos a políticas más universales, se achica. La otra cuestión es generar otro ciclo de políticas sociales encarando otras acciones. Hay problemas de primera generación que es lo alimentario, lo básico, y de segunda generación, que son los que mencioné al inicio. En la Argentina muchas veces aplicamos políticas de primera generación, subsidios de atención, a problemas que son de otro tipo.

* Y ese enfoque asistencialista o de contención, ¿conspira contra la cultura del trabajo como sostiene muchos especialistas?
- Es más o menos así. Los jóvenes pobres, para poner un ejemplo, rechazan mucha oferta de trabajo por varias razones: una, porque hay mala oferta. Segundo, los ciudadanos tienen la idea de que lo estatal es seguro. Está la idea de que si me voy del plan social después no entro más. Y tercero, porque el pibe que consigue un trabajito en el barrio gana menos que el que está vinculado a la política o a la droga, entonces no aparece como el modelo a seguir. En ese contexto, es cierto que se desincentiva la inserción al mundo del trabajo y también que la oferta laboral para los sectores pobres es de mala calidad.

* Desde 2007, con el problema de la inflación, la pobreza ha ido en aumento. ¿Cómo repercute?
- Los sectores pobres gastan entre el 70 y 80% de sus ingresos en alimentos y transporte. El transporte, en general, no ha tenido aumento de tarifas, los alimentos sí. La inflación complica a los sectores pobres, aunque más los complica el no tener nada de ingreso. El Estado, a través de planes sociales y mecanismos de trabajo, ha generado ingresos. Pero la inflación es un problema serio. Se ve cuando aparecen las segundas marcas. Ahí algo está pasando con la plata. Y segundo, con el nivel de endeudamiento. Los sectores pobres en la Argentina están sobreendeudados, aunque no acceden al crédito bancario (Nde R: se refiere a los préstamos a tasas altas a los que acceden los sectores no bancarizados). Y la clase media tiene costos fijos altos y arranca el mes teniendo que pagar determinada cantidad de cosas, con lo cual tiene que ganar por encima de eso para sostenerse. A los sectores pobres les pasa lo mismo por el endeudamiento. El sobreendeudamiento de los pobres está marcando que hay un problema con la inflación y los ingresos.

* ¿Y por qué cree que el Gobierno sigue evitando este tema?
- Se ha promovido en los últimos años una política pro consumo muy fuerte, que es buena porque mueve la economía local, y es en esa lógica que se ha visto aparecer (a la inflación) como un mal menor de un mecanismo muy expansionista. Pero hay que encontrar un equilibrio.

* Hace poco se conoció un informe de la Unesco que decía que sólo el 50% de los chicos en la Argentina completa el secundario. ¿Cómo se resuelve?
- En el tema educativo se mejoró en el hecho de volcar recursos, pero no se ha dado en la tecla con el tema de la calidad. Y no es una cuestión de calidad educativa como concepto genérico, sino de lograr que los jóvenes sientan que lo que aprenden en la secundaria les sirve para la vida. La mitad de los jóvenes desocupados no tiene el secundario completo y la otra mitad sí, con lo cual ahí hay un problema porque no aparece como un diferencial el tener la secundaria. Creo que tendríamos que poner todos los cañones en mejorar la calidad de la secundaria que es: menos contenidos, más flexible, más adaptable a los nuevos tiempos. Haber entregado casi dos millones de netbooks puede ser una buena base.

* ¿Durante su gestión, usted tuvo a su cargo los institutos de menores. ¿Cómo ve la polémica por la salida transitoria de presos de las cárceles?
- Si durante el período en el que alguien está en situación de encierro no es resocializado, estudia, tiene trabajo, si no se va reentrenando, no le queda otra cuando sale que volver a cometer delito, porque vuelve a la misma condición. Sin un sistema de resocialización, la cosa se complica.

* El tema es cuando salen no a una actividad recreativa sino a un mitin político o no se cumplen ciertas normas...
- Claro, esa resocialización requiere de ciertos criterios, que da la impresión de que acá no se han seguido bien y que hay que repensarlos. El mecanismo es correcto, requiere de controles, transparencia y un sistema en el que quede claro cuándo uno empieza a acceder a ese beneficio. El tema es empezar con actividades que sean sociales, culturales y de trabajo. Pero hay pocos programas, la persona cuando sale está muy tentada. Para salir del entorno está faltando un mecanismo de ese tipo.


Para dar vuelta la cuestión social hay que estar en el Estado”


Pese a su perfil de técnico y enemigo acérrimo del uso clientelar de la política social, Daniel Arroyo no reniega de su paso por la gestión kirchnerista, primero como mano derecha de la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner (2003-2007) y, más tarde, como ministro del área en el gabinete de Daniel Scioli (2007-2009). Todo lo contrario. Aunque hoy se dedica a promover la ampliación de la agenda pública y a generar debate desde su labor como Director Ejecutivo de la ONG Poder Ciudadano, Arroyo afirma que para cambiar la situación social de la Argentina es imprescindible estar dentro del Estado. “Me parece que es tan desigual la escala del Estado respecto del resto que sólo se puede transformar estando dentro de él. En la Provincia, yo pude implementar en 60 días un programa de tarjetas de débito para la compra de alimentos directa por parte de los beneficiarios”, un sistema que buscaba, precisamente, erradicar las prácticas del clientelimo político, cuenta con orgullo. Y afirma que en los siete años que pasó por la función pública logró manejar “de manera transparente y honesta y en la orientación que creía correcta unos $ 18.000 millones, pese a las presiones y tensiones propias de la tarea”, sin perderse en los meandros de la burocracia política. ¿Cuántos podrán decir lo mismo? 

Por Micaela Pérez