Entrevista en EL ESTADISTA
Publicado el 10 septiembre, 2012 por Redacción
El ex secretario de Desarrollo Social de la Nación, Daniel Arroyo, participa de la “Red de Prioridades Argentinas”, que detectó y lanzará políticas específicas y multidisciplinarias para una serie de temas que considera urgente encarar. A fines de agosto hicieron su primera presentación con el foco puesto en “los 900.000 chicos de entre 16 y 24 años que en la Argentina no estudian ni trabajan y para los que no hay ninguna política puntual”. En diálogo con el estadista dio detalles sobre la iniciativa y explicó cuales son las materias pendientes en desarrollo e inclusión social.
¿Cuál es su diagnóstico de la sociedad en la Argentina?
Existe hoy en la Argentina una nueva estructura social con, por lo menos, cuatro sectores sociales muy distintos y que tienen modos de vida, proyecciones, intereses, relaciones con el Estado, muy distintos y hasta opuestos. Pese al crecimiento, el país está fracturado y esa fractura social requiere nuevas ideas que complementen las tradicionales formas de planificar el desarrollo social.
¿Cuáles serían esas cuatro argentinas?
Una primera Argentina es la de la pobreza estructural con millones de personas que no se mueven hacia arriba en la estructura social. Una segunda es la de los sectores vulnerables que por sí mismos no se sostienen y necesitan del Estado, ese es el sector de la informalidad económica que no logra dar el salto a la economía formal y se mantiene en los límites de la pobreza. Un tercer sector lo integra la clase media con empleo formal, que aunque no vive en situación de abundancia y hasta pasa necesidades, tiene una cierta previsión económica guiada en gran parte por el salario. Por último, la Argentina de la clase alta, que logra elevados patrones de consumo y no ve con buenos ojos tantas políticas sociales porque no observa resultados.
¿Cuáles son los puntos más críticos?
Si uno ve la fotografía del país, hay cuestiones que necesitan abordarse en forma urgente y no permiten decir que el crecimiento económico se acompañó con inclusión social. La pobreza estructural, con el 22% de la población que desde hace varias generaciones son pobres y no entran en el trabajo formal en especial en el NEA, NOA y conurbano bonaerense; la informalidad económica, en la que el 30% de los que trabajan lo hacen de manera precaria. También la desigualdad, con una diferencia cada vez más grande entre el 10% de la población que más gana y el 10% de los que menos ganan. Otro aspecto es la violencia en el hogar, que destruye a la familia como contención social y el hacinamiento, que expulsa a los chicos y jóvenes a la calle durante el día, pues el 70% de la población de las grandes ciudades vive en casas chicas y habitadas por muchas personas.
En el tema puntual de los jóvenes, ¿cuál es el problema?
Más allá del debate acerca del número de jóvenes que no estudian, no trabajan o lo hacen en condiciones precarias (1,5 millones, 900 mil o 400 mil según quién los cuente) no debemos perder de vista el punto central: la inclusión de los jóvenes es el desafío más importante que tenemos en materia social y es la prioridad en donde debemos volcar todos los esfuerzos. Se trata de la vida de jóvenes de 16 a 24 años que muchas veces están sin hacer nada, o que entran y salen del trabajo y de la escuela con mucha frecuencia. Es decir, no logran sostenerse ni en el sistema laboral ni en el sistema educativo.
¿Empiezan y no logran terminar?
Los jóvenes argentinos no tienen problemas para realizar la tarea en sí misma sino para poder seguir la rutina del trabajo. Su problema no es llegar, sino es mantenerse. Esto es así por varias razones, entre ellas, que muchos no han visto trabajar ni a sus padres ni a sus abuelos o los han visto trabajar en condiciones informales.
¿Sobre qué ejes plantean trabajar?
De allí la necesidad de avanzar en algunas líneas: En primer lugar, crear un “Fondo de Inclusión Joven”. Siendo la prioridad, se podría crear un fondo significativo con recursos estatales y aportes del sector privado para concentrar allí el financiamiento de proyectos tanto para poner en marcha actividades productivas, culturales y de servicios como educativas y de apoyo a organizaciones sociales que trabajen con jóvenes. Se trata de contar con recursos económicos en escala y concentrados para atender al grupo social más crítico. Otro aspecto que proponemos es avanzar con una red de tutores, no tanto por instituciones sino por algunas personas específicas, alguna maestra que tiene buena llegada, algún pibe de la esquina, un referente vecinal o religioso, o un técnico de club de barrio.
¿Y en materia de empleo para ese grupo determinado?
Una política central para lo laboral es promover el derecho al primer empleo a través de exenciones impositivas a las actividades productivas que incorporen masivamente a jóvenes. Podría ser considerado un derecho y debería actuar como una política laboral permanente de estímulo fiscal a las empresas que contraten formalmente a jóvenes.
¿Se está a tiempo aún de emprender esas políticas?
En el 2013 cumpliremos treinta años ininterrumpidos de democracia y, sin dudas, la mejor forma de fortalecerla será dando pasos sustantivos en esta línea. Siempre hubo consenso en que el problema de los jóvenes era uno de los principales inconvenientes, pero creo que hemos llegado a un punto en el que ya es el gran problema, y sobre eso hay que generar ahora un nuevo consenso. Porque para solucionar el problema se requiere de una política integral y muchos recursos. Es ahora el momento de hacerlo, todos tenemos que sentirnos convocados, tenemos que dar vuelta la situación y tomar a la inclusión de los jóvenes como una prioridad real. Si no lo hacemos en este contexto de crecimiento económico, ¿cuándo?.
¿Cuál es su diagnóstico de la sociedad en la Argentina?
Existe hoy en la Argentina una nueva estructura social con, por lo menos, cuatro sectores sociales muy distintos y que tienen modos de vida, proyecciones, intereses, relaciones con el Estado, muy distintos y hasta opuestos. Pese al crecimiento, el país está fracturado y esa fractura social requiere nuevas ideas que complementen las tradicionales formas de planificar el desarrollo social.
¿Cuáles serían esas cuatro argentinas?
Una primera Argentina es la de la pobreza estructural con millones de personas que no se mueven hacia arriba en la estructura social. Una segunda es la de los sectores vulnerables que por sí mismos no se sostienen y necesitan del Estado, ese es el sector de la informalidad económica que no logra dar el salto a la economía formal y se mantiene en los límites de la pobreza. Un tercer sector lo integra la clase media con empleo formal, que aunque no vive en situación de abundancia y hasta pasa necesidades, tiene una cierta previsión económica guiada en gran parte por el salario. Por último, la Argentina de la clase alta, que logra elevados patrones de consumo y no ve con buenos ojos tantas políticas sociales porque no observa resultados.
¿Cuáles son los puntos más críticos?
Si uno ve la fotografía del país, hay cuestiones que necesitan abordarse en forma urgente y no permiten decir que el crecimiento económico se acompañó con inclusión social. La pobreza estructural, con el 22% de la población que desde hace varias generaciones son pobres y no entran en el trabajo formal en especial en el NEA, NOA y conurbano bonaerense; la informalidad económica, en la que el 30% de los que trabajan lo hacen de manera precaria. También la desigualdad, con una diferencia cada vez más grande entre el 10% de la población que más gana y el 10% de los que menos ganan. Otro aspecto es la violencia en el hogar, que destruye a la familia como contención social y el hacinamiento, que expulsa a los chicos y jóvenes a la calle durante el día, pues el 70% de la población de las grandes ciudades vive en casas chicas y habitadas por muchas personas.
En el tema puntual de los jóvenes, ¿cuál es el problema?
Más allá del debate acerca del número de jóvenes que no estudian, no trabajan o lo hacen en condiciones precarias (1,5 millones, 900 mil o 400 mil según quién los cuente) no debemos perder de vista el punto central: la inclusión de los jóvenes es el desafío más importante que tenemos en materia social y es la prioridad en donde debemos volcar todos los esfuerzos. Se trata de la vida de jóvenes de 16 a 24 años que muchas veces están sin hacer nada, o que entran y salen del trabajo y de la escuela con mucha frecuencia. Es decir, no logran sostenerse ni en el sistema laboral ni en el sistema educativo.
¿Empiezan y no logran terminar?
Los jóvenes argentinos no tienen problemas para realizar la tarea en sí misma sino para poder seguir la rutina del trabajo. Su problema no es llegar, sino es mantenerse. Esto es así por varias razones, entre ellas, que muchos no han visto trabajar ni a sus padres ni a sus abuelos o los han visto trabajar en condiciones informales.
¿Sobre qué ejes plantean trabajar?
De allí la necesidad de avanzar en algunas líneas: En primer lugar, crear un “Fondo de Inclusión Joven”. Siendo la prioridad, se podría crear un fondo significativo con recursos estatales y aportes del sector privado para concentrar allí el financiamiento de proyectos tanto para poner en marcha actividades productivas, culturales y de servicios como educativas y de apoyo a organizaciones sociales que trabajen con jóvenes. Se trata de contar con recursos económicos en escala y concentrados para atender al grupo social más crítico. Otro aspecto que proponemos es avanzar con una red de tutores, no tanto por instituciones sino por algunas personas específicas, alguna maestra que tiene buena llegada, algún pibe de la esquina, un referente vecinal o religioso, o un técnico de club de barrio.
¿Y en materia de empleo para ese grupo determinado?
Una política central para lo laboral es promover el derecho al primer empleo a través de exenciones impositivas a las actividades productivas que incorporen masivamente a jóvenes. Podría ser considerado un derecho y debería actuar como una política laboral permanente de estímulo fiscal a las empresas que contraten formalmente a jóvenes.
¿Se está a tiempo aún de emprender esas políticas?
En el 2013 cumpliremos treinta años ininterrumpidos de democracia y, sin dudas, la mejor forma de fortalecerla será dando pasos sustantivos en esta línea. Siempre hubo consenso en que el problema de los jóvenes era uno de los principales inconvenientes, pero creo que hemos llegado a un punto en el que ya es el gran problema, y sobre eso hay que generar ahora un nuevo consenso. Porque para solucionar el problema se requiere de una política integral y muchos recursos. Es ahora el momento de hacerlo, todos tenemos que sentirnos convocados, tenemos que dar vuelta la situación y tomar a la inclusión de los jóvenes como una prioridad real. Si no lo hacemos en este contexto de crecimiento económico, ¿cuándo?.