Publicado en Diario La Nación, domingo 8 de diciembre de 2013
La ola de saqueos en Córdoba confirma un dato que hace rato se viene insinuando: la situación en los grandes centros urbanos se está complicando cada vez más.
Rosario, con el avance del narcotráfico y los conflictos sociales; el conurbano bonaerense, con situaciones de violencia permanentes, y Córdoba, antes con el narcotráfico y ahora con los saqueos, muestran nuevos problemas (que no tienen que ver con el hambre) para los que no hay respuestas o políticas públicas claras.
La rebelión policial en Córdoba sí marca una novedad importante en la medida en que demuestra tanto el vacío que queda cuando no hay control como la capacidad de bandas organizadas para saquear o entrar a lugares de manera rápida y coordinada.
La facilidad con que una persona puede comprar droga o hacerse de armas en nuestro país genera un caldo de cultivo permanente que, frente a una oportunidad como la que sucedió en estos días, da vía libre para lo que sea.
La tensión y el pase de facturas entre la provincia y la Nación refuerzan también una idea muy instalada en la sociedad y es que "acá cada uno tiene que arreglarse como puede y no hay mucho que esperar del Estado ni de la policía o de la Justicia".
La creencia de que frente a los problemas los ciudadanos están solos se agiganta en cada catástrofe y en cada debate acerca de quién tiene la responsabilidad institucional.
Ahora bien, la magnitud de los saqueos, la extensión que han tenido y lo impactante de esta situación dan cuenta, también, de la existencia de problemas sociales profundos que están siempre latentes y que explotan cuando se dan situaciones excepcionales como las de estos días.
Lo que está latente es la falta de integración social, la idea de que no hay caminos claros para mejorar o para generar movilidad social ascendente.
En concreto, un pibe que hoy consigue una "changuita" en el barrio gana menos que el que vende droga o está vinculado a otra actividad. No le queda nada claro a una persona que el estudio o el trabajo sean el camino para mejorar su vida cuando los caminos alternativos parecen dar más rédito.
La pérdida de horizonte, las dificultades cotidianas dadas por el hacinamiento, el trabajo precario o el viajar mal van quemando las cabezas de las personas y conforman una situación de "mal vivir" constante.
Esto termina explotando de diversas maneras, a veces como violencia en el hogar, otras como violencia contra docentes, médicos o en la canchita de fútbol del barrio.
Los saqueos son de una escala y una gravedad mayor, pero no dejan de reflejar la violencia, las tensiones, los conflictos y la idea de que cada uno tiene que manotear y agarrarse de lo que pueda.
Está claro que no se pueden explicar el vandalismo y los robos sucedidos en Córdoba sólo por el mal vivir cotidiano, el acceso a drogas y armas, y la falta de referencias en las instituciones.
Pero está claro, también, que estamos frente a un proceso de desintegración social creciente en los grandes centros urbanos, que hace que pueda suceder cualquier cosa, entre otras, la que vivimos en estos últimos días.