Daniel Arroyo
Ex viceministro de Desarrollo Social de la Nación
Publicado en Diario Clarín
19/03/2014
El vínculo entre narcotráfico y vida cotidiana se está complicando cada vez más en Argentina. Si no hacemos algo ya, ahora, vamos camino a un nuevo modelo de organización social dominado por los que producen y venden, que son los que más plata ganan en el barrio y a los que les va mejor.
Cada vez se vende más droga en los barrios. Enfrente de cualquier escuela, en el quiosco cerca de la plaza o en las esquinas hay alguien que vende droga (paco u otra sustancia, depende del lugar) y todos saben cómo se accede. Es tan cierto que muchos jóvenes arrancan por el alcohol y luego llegan a las drogas como que cada vez hay más oferta. Lo sufren los docentes en las escuelas, muchas organizaciones sociales y muchos gobernantes que buscan enfrentarse y no le encuentran la vuelta.
Otro tema que está claro es que la venta de droga no es ya sólo un problema de adicción sino que se ha transformado en un modo de vida económico rentable y bastante generalizado. El pibe que engancha una changuita cuando vuelve al barrio gana menos que el que vende droga, y una familia que pone una cocina de paco tiene más ingreso que haciendo changas o teniendo un sueldo básico.
Esto está llevando a un desplazamiento de los tradicionales punteros políticos que hoy tienen menos herramientas e incidencia en su comunidad que el proveedor de droga que ahora empieza, también, a prestar asistencia social en el barrio.
En lo que hace al tratamiento y prevención de las adicciones estamos más complicados aún.
Los centros de atención de adicciones están desbordados y con mucho retraso en el cobro de los escasos recursos por chico que les envía el Estado.
Los centros de atención de adicciones están desbordados y con mucho retraso en el cobro de los escasos recursos por chico que les envía el Estado.
Cobran tarde y cuando pueden y, como les cuesta mucho sostenerse, muchas veces terminan dándole prioridad a los jóvenes con obra social o con prepaga y desplazando a los que menos tienen.
Aquí estamos complicados por falta de lugares y por escaso presupuesto. La iniciativa de la Sedronar de crear cuarenta nuevos centros sin duda va a ayudar, pero está claro que estamos ante un serio problema de escala.
En concreto, la situación se está complicando en los barrios porque se vende más, porque la droga se transformó en una unidad económica familiar y porque estamos muy lejos de prevenir y atender al conjunto de jóvenes que la pasan muy mal.
Una historia común en los centros urbanos hoy es: un chico está hacinado en su casa, no tiene lugar ni espacio donde estar; se va a la esquina porque ahí está mejor, en la esquina empieza a consumir porque todos lo hacen y es la forma de integrarse; a partir de ahí al problema de salud le agrega el endeudamiento.
El pibe que empezó hacinado ahora debe plata.
Y ese es el momento en que se le aparece un vivo para plantearle cualquier idea para cancelar esa deuda.
El ciclo es hacinamiento – adicción – endeudamiento.
Más allá del debate global del narcotráfico, el día a día de los barrios está quebrando las expectativas y los horizontes de los jóvenes y está creando un nuevo sujeto social que antes no existía: el que vende drogas.
Quebrar este sistema no es nada fácil pero está claro que hay que empezar ahora. Una Unidad Especial que combata la venta de droga, un nuevo esquema de escuela secundaria más amigable para los jóvenes del siglo XXI, mecanismos para concretar el Derecho al Primer Empleo y que todo joven pueda tener una primera experiencia laboral y el apoyo económico a las iniciativas emprendedoras de los jóvenes seguramente podrían ayudar.
Tenemos que lograr que el que estudia y trabaja sea al que mejor le va en el barrio, para que todos podamos ver que ese es el camino de la movilidad social y no la venta de droga.