ENTREVISTA. Daniel Arroyo, ex funcionario de Desarrollo Social, referente del Frente Renovador
Para Daniel Arroyo, ex compañero de fórmula de Felipe Solá, el macrismo mira con un solo ojo y privilegia al mercado antes que a la vulnerabilidad social. El aumento de la pobreza, el regreso del "efecto derrame" que "no funciona en la Argentina" y el concepto de implosión social, en el análisis del massista.
Silvana Melo
smelo@elpopular.com.ar
Un aumento exponencial de la pobreza en tres meses; políticas que benefician a los sectores más altos de la pirámide social e invisibilizan a los más vulnerables; la puesta en marcha de la teoría del derrame, que "no funciona en la Argentina"; un deterioro del empleo y del poder adquisitivo que ya generó "implosión social". El observador es Daniel Arroyo, ex viceministro de Alicia Kirchner, ex ministro de Daniel Scioli, referente del Frente Renovador en la Provincia, ex candidato a vicegobernador con Felipe Solá, actual miembro del Directorio del Bapro.
No hay otras cifras de pobreza que las aportadas por la Universidad Católica Argentina hace dos días. Hasta diciembre fueron demonizadas por el kirchnerismo. Que ahora pone en valor las que miden la vulnerabilidad profundizada en los primeros cien días del macrismo.
Más allá de las miradas interesadas, según la UCA hasta diciembre la pobreza había trepado al 29 %. Pero hasta marzo, en tres meses, se disparó al 34,5%. Son un millón y medio de pobres más en cien días. Son 350.000 indigentes más en cien días. 350.000 personas más que no tienen nada. Nada.
En entrevista exclusiva con EL POPULAR, Daniel Arroyo se para sobre las contradicciones del kirchnerismo y sobre la determinación ideológica del macrismo de privilegiar al mercado por sobre la mirada social.
-¿Vislumbra un deterioro cierto de las condiciones de vida de vastos sectores en estos tres meses?
-En este último tiempo ha empeorado la situación social. Por tres cuestiones: primero por la inflación, el aumento de los alimentos que ha sido muy fuerte; segundo por el parate de la construcción que es el parate de las changas; mucha gente en la Argentina complementa su trabajo con changas o vive de ellas y eso se ha parado. En tercer lugar, por la pérdida de empleos, porque hay despidos en el sector público y en el sector privado. Todo eso ha complicado la situación social y el gobierno mira con un solo ojo: ha encarado medidas económicas, muchas necesarias como salir del cepo, quitar retenciones, poner en marcha otras relaciones internacionales, apuntar al problema de los servicios y las tarifas, pero no ha encarado ninguna política social. Y la creación y el cuidado del empleo más el control de la inflación sólo se hace con el Estado. El Gobierno ha encarado medidas para el mercado, para promover la actividad privada y no para crear empleo ni para controlar la inflación.
-El kirchnerismo se sostuvo sobre un Estado muy presente. Ese Estado, ¿se retira ahora o tiene otros intereses?
-En el kirchnerismo hubo mucho estado, muchos programas sociales, pero no procesos de inclusión social ni mejora en el mundo del trabajo ni de los jóvenes. El kirchnerismo ha tenido una vocación de defender lo social pero casi todo se acotó a la transferencia de dinero a ocho millones de personas. El gobierno actual no ha quitado los programas, pero no ha creado ninguna otra política de protección social y ha empeorado la situación porque se aceleró la inflación. Me da la impresión de que pasamos de un extremo al otro. Todo al Estado o todo al mercado. La creencia del Gobierno es que hay que ajustar la economía y entonces vamos a dar buena señal al mercado, van a venir inversiones y se va a generar el derrame sobre el empleo. Eso no funciona en la Argentina no por una cuestión ideológica sino práctica. Si las inversiones llegaran, serían para minería, para soja, para actividad primaria. Y eso no crea empleo, como sí lo crea la construcción, el rubro textil, el metalmecánico, el turismo. Y para eso hacer falta un rol orientador del Estado.
-La teoría del derrame se probó durante el menemismo y, como usted señala, no funcionó. ¿Estamos ante un franco retroceso?
-Lo veo como un retroceso porque me parece que el esquema productivo no permite el derrame. Lo que hace crecer la economía no genera empleo. El Gobierno tiene una sobreexpectativa respecto del mercado y de las inversiones y eso no es así. No hay claridad sobre cómo es el esquema laboral argentino, el millón y medio de jóvenes que no estudia ni trabaja. El tercio de trabajadores informales que hacen changas, en negro. El 30% de pobreza. Ninguno de ellos va a ir a trabajar a otros sectores de los que planteaba antes, construcción, textil, metalmecánico. No visualizar eso termina en un diagnóstico equivocado.
-Eso sí es ideológico, medular.
-Sí, claro. Es priorizar el mercado antes que lo social. Hay cuatro Argentinas: una de los pobres, que no tienen lo mínimo, que sí tienen planes sociales que valen menos por la inflación; otra Argentina vulnerable, de gente que hace changas; otra de clase media, que tiene trabajo formal, público o privado y otra de clase alta. El gobierno ha encarado políticas para las dos de arriba: ganancias, asignaciones familiares o retenciones. No ha tenido ninguna política para las dos de abajo, para los más vulnerables. La devolución del IVA para la canasta básica de alimentos, que es una buena iniciativa, todavía no la puso en marcha. El gobierno sólo entiende a los que tienen trabajo formal. Pero debajo hay muchísima gente con la que no conecta. Supongamos que las paritarias salen muy bien y los sindicatos consiguen un 30 y pico de aumento y eso genera una mejora en los bolsillos. Pero el tercio que tiene trabajo informal, va a estar afuera de eso. Los más pobres, que ni siquiera están en el mercado laboral, también.
-¿Hay un núcleo duro de pobreza que ningún gobierno ha podido –o querido- perforar, más allá del tipo de estado que conciba?
-La pobreza es estructural, intergeneracional. Alguien es pobre, sus padres fueron pobres, sus abuelos fueron pobres. No es una pobreza de momento ni de coyuntura. Hay que hacer un giro fuerte en la política, generar empleo pleno, quien emplee jóvenes que tenga una deducción impositiva, ir a fondo con el tema del crédito, crear un plan masivo de vivienda y obra pública, que crea empleo rápido. Hay que hacer un empalme entre planes sociales y empleo. Si el beneficiario consigue un trabajo, que pueda mantener el plan por un tiempo.
-Ante este panorama, la consigna pobreza cero aparece apenas como un título demagogo de campaña. ¿Cuáles son las diferencias con el kirchnerismo?
-Yo creo que técnicamente es imposible, pero no me parece mal que el gobierno mire hacia un horizonte que plantee esta idea. Lo que creo es que las políticas que está encarando lo alejan cada vez más de la pobreza cero. Que sin dudas está más lejos hoy que hace cien días. El kirchnerismo ha tenido vocación por atender el tema social, ha mirado para abajo, ha visto a los más pobres. Lo que no ha tenido son políticas para generar movilidad social ascendente. Sólo ha transferido dinero y en el último tiempo la impronta ha sido lo de nosotros y los otros, trabajamos con este grupo sí y con aquellos no. Su idea esencial era transferir dinero, generar derechos y mover la economía local. Esa idea terminó funcionando muy mal y por eso Argentina termina con un 29 por ciento de pobreza. El gobierno actual cree que está primero lo económico y después lo social, cree en el derrame, que no crea empleo si el Estado no crea cadenas productivas. No se para la inflación sólo si el Banco Central deja de emitir dinero. De esta manera, con una mayor concentración económica evidente, objetivamente parece muy difícil.
-Ese mismo sector, también está invisibilizado por el sindicalismo. ¿Cuál es el rol gremial en este tiempo?
-En su momento la CTA, la primera CTA, dijo que trabajadores son los que tienen trabajo formal, los que tienen trabajo precario y los que buscan trabajo. Esa idea le daba al mundo sindical un valor mucho más allá de la discusión sólo de las paritarias. Eso se fue perdiendo, terminó siendo objeto de política social y no de política vinculada al mundo sindical. Hay que reconstruir ese esquema y pensar en una estrategia para impedir los despidos. Lo que se ha generalizado en los últimos meses es la idea de que no está mal despedir, que puede servirle a alguien y es una barbaridad por el lado de los derechos y también por el lado de la racionalidad económica. Agudiza el conflicto social, baja los niveles de consumo, genera tensión. Desde nuestro bloque en Diputados, se han presentado ideas para impedir los despidos.
-El tema de la doble indemnización, ¿no es un arma de doble filo?
-Hay una discusión técnica y un riesgo con el tema de la doble indemnización: desde que se anuncia hasta que se pone en marcha se puede producir una ola de despidos. Hay que pensar en un mecanismo correcto. Pero hay que evitar los despidos.
-Los aumentos brutales y la generación de pobreza, ¿pueden causar convulsión social? ¿O esos estallidos sólo son posibles cuando están acompañados por una crisis política?
-Lo que hay hoy es un proceso de implosión social. No de explosión. Significa que la gente revienta para adentro. Alguien que está sin trabajo, complicado, todo le sale caro, entonces anda sacado, mal todo el día, se pelea con la mujer, con el hijo, en el partido del domingo termina a las trompadas o a los tiros. Explota para adentro. Para que haya explosión social, además de que la política tiene que estar complicando la cosa, debe haber un proceso sostenido de crisis social largo. Lo que tenemos que hacer es apostar a que el gobierno encare otras políticas. Porque se nos va la vida de los 40 millones que vivimos acá. Sí veo que este fenómeno de implosión social es muy fuerte y explica mucho de la violencia que se vive día tras día.