Por Daniel Arroyo
Un área crítica de la realidad de América Latina son los millones de jóvenes que no estudian ni trabajan. Resolver este tema hace al país que queremos para el futuro cercano.
Uno de los grandes ejes de la situación social en América Latina radica, sin duda, en el drama muy fuerte que hoy sufren millones de jóvenes de 16 a 24 años que no estudian ni trabajan. La resolución de este tema es clave para comprender qué países queremos para los próximos años.
Aquí parece encontrarse uno de los desafíos más complejos. Cuando se habla de jóvenes que no estudian ni trabajan se refiere a jóvenes que directamente no hacen nada, o que entran y salen del trabajo y de la escuela con mucha frecuencia, es decir no logran sostenerse ni en el sistema laboral ni en el sistema educativo.
En gran parte de América Latina, la tasa de desempleo abierta resulta mayor para los tramos de edad comprendidos entre los 15 y los 29 años y desciende conforme avanza la edad de la población. Las mujeres jóvenes se encuentran en una situación aún mayor de desventaja respecto de los varones con tasas de desempleo del orden del 23% para el tramo entre 15 y 19 años y del 17% entre 20 y 24 años.
El problema de los jóvenes no se vincula con el aprendizaje de la tarea sino con darle continuidad a la misma. El problema de los jóvenes pobres no es entender qué hay que hacer en el trabajo, sino ir a trabajar todos los días 8 horas en un esquema en donde muchos no han visto ni a su padre ni a su abuelo trabajar.
Este problema también se cruza con el de las adicciones y el hacinamiento: el ciclo en los grandes centros urbanos es el de un joven que comienza estando hacinado en la casa y por ello se va a la esquina porque hay más lugar y mejores condiciones. En la esquina empieza a consumir, porque todos consumen, y así empieza a endeudarse. El ciclo hacinamiento, consumo, endeudamiento, se completa con la posterior estigmatización que hace gran parte de la sociedad marcando a ese joven como el culpable de la inseguridad. A ello debería agregarse el alto porcentaje de embarazo adolescente que reproduce el esquema de hacinamiento y vuelve a complicar las cosas.
Es necesario un gran acuerdo social y un plan masivo que ponga el acento en la inclusión de los jóvenes y que, además de incluir lo que ya se está llevando adelante en nuestros países con programas de becas y apoyo económico, incorpore también una red de tutores creíbles para los jóvenes.
Los jóvenes sólo creen en los que ven cotidianamente; no respetan tanto a las instituciones como a algunas personas específicas: alguna maestra que tiene buena onda, algún pibe de la esquina, algún referente vecinal, algún técnico de club de barrio. Se trata de potenciar una red de tutores que los jóvenes sientan que no les fallarán y que puedan ayudarlos a sostenerse en su tarea laboral o en la escuela. Aquí es esencial el rol de las organizaciones sociales, que tienen legitimidad entre los propios chicos por su trabajo en los barrios.
En el mismo sentido, es necesaria una reforma del sistema educativo que revise los objetivos de la escuela secundaria y el nivel terciario y los ponga en línea con los sectores productivos estratégicos.
Cierta flexibilidad del sistema podría permitir incorporar a jóvenes que hoy se encuentran fuera del esquema educativo. Si un joven de quince años que ha salido del sistema educativo vuelve a cursar con chicos de once en la misma aula, la situación se torna inviable para los chicos y para el mismo docente y termina inexorablemente en un nuevo abandono.
Reconocer saberes previos y dar oportunidades más adaptables a cada realidad para terminar el nivel medio parece una cuestión fundamental para lograr que los jóvenes tengan más oportunidades en el mercado laboral. En los últimos años ha habido avances en escuelas técnicas y el desafío ahora parece ser como flexibilizar la educación media sin perder nivel pedagógico pero poniendo el acento en la posibilidad de armar programas específicos para las distintas realidades.
El contexto internacional sigue ofreciendo una situación favorable para la economía de la región. Los grandes mercados emergentes seguirán demandando bienes que nuestros países producen. Este viento de cola nos brinda la posibilidad de dar vuelta de verdad la situación social de Latinoamérica. El desafío requiere del compromiso de todos.
(publicada en la revista digital Opinión Sur, N° 87, noviembre de 2010)