Por Mario Wainfeld
(publicada en Página 12, domingo 19 de diciembre de 2010)
Sería necio negar que la seguidilla de tomas refleja un problema social serio y que sus protagonistas son mayoritariamente ciudadanos que reclaman por sus derechos. Sería incauto negar que en ese cuadro intervienen dirigentes políticos y sociales que buscan sacar provecho del río revuelto. Sería simplista homologar a organizaciones sociales de izquierda basistas con referentes del peronismo federal y del PRO que, muy relegados en la competencia electoral, ven en la “anomia” que predican e instigan un atajo para llegar a
Entre tanto, la vanguardia mediática de la oposición, los grandes medios, acunaba tan distraída como poco erotizada los pininos de las candidaturas de Ricardo Alfonsín, Julio Cobos y Elisa Carrió. Y se concentraba en azuzar la bronca de “los vecinos” o “la gente” frente a los “ocupas”, quienes (en su imaginario) ni son “vecinos”. Ni, llegado el caso, son “gente”.
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River y la segunda generación: River es un ocupante del club Albariño, apodado así por el periodista Pedro Lipcovich en una recomendable nota publicada anteayer en Página/12. Con la gloriosa camiseta de la banda puesta, River, de 23 años, le contó: “Laburo en una fábrica. Por 12 horas diarias me pagan mil quinientos pesos por mes. Ahora no sé si me echarán porque en estos días no fui a trabajar. Tengo dos nenas. El alquiler me sale 650 pesos por mes, dos piezas con baño compartido”. Como otros intrusos, River pide que le dejen construir su casa ahí. Tiene trabajo, no es un desocupado ni un lumpen. Pero con tantas horas extras seguramente gana menos de lo que marcan las leyes y el alquiler es exorbitante para su patrimonio.
La mayoría de quienes se movilizan en el caliente fin de año no lo hacen, como en 2001 o en el ya olvidado 1989, pidiendo comida o trabajo. Una proporción elevada de los ciudadanos (que no el total) ha repuntado mucho en materia de empleo y también de ingresos. La creación de millones de puestos de trabajo y la implantación de
El cronista enumera algunas, sin agotar la nómina: vivienda, transporte, quizá muy pronto será la salud pública. Son desafíos del crecimiento, son también deberes pendientes.
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Demasiados en casa: Fernando Navarro es diputado provincial por el Frente para
Hace ya varios años que Daniel Arroyo (sociólogo, ex viceministro nacional y ex ministro bonaerense de Desarrollo Social) observa que uno de los motores de los nuevos asentamientos son núcleos familiares recién creados. Mujeres adolescentes o muy jóvenes encuentran en la maternidad temprana un proyecto de vida que deriva en el afán de formar el propio nido, a como hubiera lugar.
Estar sin trabajo es un abismo, pasar a tenerlo (cualquiera, así sea informal o mal pago) un salto cualitativo inenarrable. Millones subieron ese peldaño, desde 2003. Una vez acomodados en ese estadio, los argentinos (cualquier argentino) piden más.
El crecimiento de los años recientes fue enorme y, en promedio, impactó en toda la pirámide social. Pero el promedio es una vara de medida impropia: el censo 2010 comprueba la existencia de más de 14 millones de viviendas, una prorrata de más de una por cada tres habitantes. La realidad es bien distinta.
La desigualdad sigue vigente y la mejora se distribuyó de modo dispar.
Quienes habitan barrios carenciados o villas, los que changuean o trabajan “en negro” mejoraron en términos absolutos. En términos relativos lo hicieron mucho menos que la mayoría de los empresarios e integrantes de la clase media, que los productores agropecuarios, que sus hermanos de clase camioneros o del Smata, que un becario del Conicet. En la carencia, esas distancias pierden sentido. Cuando se zafa de la necesidad extrema y se supone que “plata hay” las reivindicaciones aumentan. Se los puede llamar “perdedores relativos” del modelo o “menos ganadores”, o se puede saltear rotularlos. Las asimetrías igual están.
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La data que habla: Será forzoso esperar datos más refinados del Censo 2010 para corroborar cuán exageradas son lecturas a ojo sobre el aluvión inmigratorio. Los guarismos preliminares demuestran que la población porteña aumentó muy poco en diez años, lo que subraya cuánto contribuye la insensible política habitacional del jefe de Gobierno Mauricio Macri.
Otra referencia tremenda, para nada sorpresiva, es la población de la zona metropolitana, en el orden del tercio de todo el país. El Gran Buenos Aires podría ser (es, de facto) una megalópolis como San Pablo o el Distrito Federal de México, salvando algunas distancias. La historia, el federalismo y el mapa político complejizan esa realidad.
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La voz de los medios: La historia y los procederes de estas semanas no colocan nada nuevo bajo el sol. Centenares de barrios o villas reconocen igual origen. Del albergue Warnes al barrio Ramón Carrillo, por recordar un ejemplo decoroso y cercano, que también azuzó la reacción defensiva de “vecinos” contra “villeros”.
El efecto demostración genera emulación, deseos, eventualmente rencor. El consumo crece a tambor batiente y con él la autoestima de quienes acceden a bienes que le estaban vedados. El cuerpo principal del diario Clarín de ayer tiene 118 páginas. Hay 53 avisos publicitarios a página entera de electromésticos, telefonía celular o supermercados. Además, varios de mitad o tres cuartas partes de página. En suma, la mitad de la edición. La publicidad es, en tendencia, procíclica: crece en momentos de disponibilidad, se mocha primero que nada cuando hay malaria. Los destinatarios de la oferta distan de ser todos millonarios, basta mirar los bienes propuestos y el número de cuotas para comprarlos. Hay para todo un abanico de consumidores-ciudadanos.
En pinza, los grandes medios se asientan del lado “bueno” del conflicto entre los vecinos asustados o encolerizados y ocupantes. Todo el micrófono es para los primeros, que tienen por cierto derechos y razones. Se elige a los más indignados, se atiza su bronca. La transmisión en vivo es un servicio periodístico y también (malicia el cronista) un acto de militancia.
La cámara y el micrófono alteran la ecuación preexistente, forman parte del fenómeno. Quedará para personas más avezadas que el cronista escudriñar qué influencia tuvo en sucesivas tomas ulteriores y en conductas masivas la primera transmisión en vivo durante días de la ocupación del Indoamericano, de las refriegas entre personas del común, de la exaltación de la violencia barrabrava tomada como sinónimo de la reacción de ciudadanos despojados de sus contados derechos por otros que tienen menos. El escriba, impresionista él, se conforma con decir que la divulgación (consecuencia de inacciones variadas) distó de ser nimia y se debe computar entre los “costos” de mantener en vilo a la población.
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La lección: “Ni palos, ni privilegios”, sintetiza un integrante del Gabinete, de gran centralidad por estas horas. Se refiere a la necesidad de dar una salida social y política a las ocupaciones recientes, que pesan más que las otras en el imaginario masivo. Evitar acciones represivas que lastimen a los demandantes, desalentar la idea de que la toma “paga” en el cortísimo plazo. Enunciarlo es sensato y valorable, ponerlo en acto un brete descomunal.
En cualquier caso, un fenómeno social de raíces hondas ha emergido, con todas las resonancias, imperfecciones y aprovechamientos que son lógica recurrente en nuestra cultura política. Para Cristina Fernández de Kirchner, que ha atravesado un año tremendo, es una demostración de que no podrá “hacer la plancha” cabalgando sobre la coyuntura económica favorable. Y una nueva prueba de fuego. Ha superado varias, esa ha sido la constante de su mandato. Y sigue en la pole position para 2011, tomando decisiones a todo vapor. Muchas fundacionales en el mejor sentido. Y apostadas doble contra sencillo como las señales en Seguridad.
En un contexto mudable y preocupante, así están las cosas cuando atardece el sábado.