(Nota de opinión publicada en el suplemento Comunidad del diario La Nación, publicada el sábado 2 de abril de 2011)
Daniel Arroyo
De todos los problemas sociales que tiene nuestro país, nos encontramos con un drama social de proporciones que da cuenta de 900.000 jóvenes de 16 a 24 años que en la Argentina no estudian ni trabajan. Se trata de situaciones complicadas con un ciclo donde un chico en el conurbano bonaerense se encuentra hacinado en su casa; se va a la esquina porque ahí está mejor que en la casa y empieza a consumir. Con el consumo no sólo cae en un problema de adicción, sino que también comienza a tener un problema de endeudamiento y necesita plata. Ahí se le acerca una persona a ofrecerle alguna alternativa para cancelar esa deuda.
Ese ciclo -que tarda seis meses en el conurbano bonaerense y los grandes centros urbanos- se completa, luego, con una parte importante de la dirigencia política y los medios de comunicación marcándolo con el dedito y diciendo éstos son los pibes causantes de inseguridad. Lo que hacemos es, básicamente, poner contra las cuerdas a los pibes que no saben qué hacer en la Argentina. O porque no tienen nada que hacer o porque entran en marzo a la escuela y se van en abril, antes de que les llegue el monto de la beca en agosto o porque cuando enganchan un trabajo que era de 650 pesos les terminan pagando 220. Entonces la cuenta que saca ese joven es que no le sirve el trabajo porque cambia la plata y que a los que se vinculan con otras cosas en el barrio les va mejor que a los que trabajan.
¿Esto quiere decir que los jóvenes que cometen delitos son sólo víctimas? ¿Que no hay que hacer nada? ¿Que con prevención solamente se resuelve el problema? No. Hay mucho para modificar y trabajar con los pibes que cometen delitos sin caer en frases hechas y sin creer que la discusión es, sólo, cuál es la edad en la que son imputables por los delitos cometidos. Pero, vale la pena, analizar cuál es el contexto en el que se mueven los jóvenes en la Argentina para tener una mirada más integral:
Los jóvenes que cometen delitos no son mayoría en el mundo de la delincuencia. Hay jóvenes, pero también hay adultos, altos, bajos, gordos, flacos, mujeres, hombres que cometen delitos.
Los jóvenes sí cometen delitos más violentos, más impactantes y con acciones más mediáticas.
Es claro que hace falta un sistema de responsabilidad penal juvenil, con jueces y defensores especializados en jóvenes para los que cometen delitos graves.
La cuestión de los delitos graves da cuenta de dos situaciones, a la vez: a) el chico que mata o roba generalmente tiene un mayor detrás y una red de corrupción que usa a los jóvenes. Si no se desbarata esa red, la cosa no va a cambiar; b) la otra cuestión es adónde va un chico que cometió un delito.
Los institutos se encuentran abarrotados de chicos que no pueden salir al patio y que usan el aula como una celda más porque no hay otro lugar.
Es necesario un plan masivo que ponga el acento en la inclusión de los jóvenes y que, además de incluir los programas de becas y apoyo económico que ya se están llevando adelante en la Argentina, incorpore también una red de tutores creíbles para los jóvenes.
La tarea de la política, entonces, es brindarles oportunidades para que puedan terminar la escuela secundaria y consigan un trabajo decente.