Nuestro país tiene cinco problemas centrales a resolver en los próximos años: a) la pobreza extrema que alcanza al 10% de la población; b) la informalidad económica que abarca al 40% de los que trabajan; c) la desigualdad que marca una diferencia de 31 a 1 entre el 10% más rico y el 10% más pobre de la población; d) los 900.000 jóvenes que no estudian ni trabajan y e) la vida en los grandes centros urbanos en los que vive el 70% de la población y en donde el hacinamiento, la precariedad laboral, la pobreza y la violencia conviven cotidianamente.
Para avanzar en un cambio estructural y tomar estas dimensiones hacen falta varias condiciones. Voluntad política para comenzar, recursos económicos en escala, una sociedad dispuesta a poner a la cuestión social en el centro y consenso entre las clases dirigentes. Sin embargo, con todo eso no alcanza si no se construye un método, un conjunto de instrumentos técnicos, un modelo de planificación que defina los criterios principales y marque el camino. Se necesita del imperioso apoyo de la ciencia y la tecnología para que la cosa funcione.
Actualmente en nuestro país existen disparidades abismales en relación con la capacidad de generación, apropiación y utilización de los conocimientos científicos y tecnológicos, los cuales se han transformado en una fuente de agudización de la brecha económica y social entre las personas, las empresas y las regiones internas (es evidente que las zonas del NEA y el NOA son las más complicadas en este aspecto).
No se puede avanzar hacia la equidad social y, mucho menos, lograr un desarrollo humano sostenible, sin un respaldo productivo básico, sólidamente tecnificado, que determine las cadenas productivas centrales de nuestro país, el modelo para los próximos años y, en ese contexto, el rol del Estado, la sociedad civil y el mercado. Tenemos que dar un salto hacia la conformación de instituciones que contengan investigación y desarrollo, servicios científico-técnicos, biotecnología, ingeniería y modelos de desarrollo organizacional, entre otras, imprescindibles tanto para la generación tecnológica propia, como para la asimilación de los recursos que ofrece el mundo global.
También se deben ampliar los interlocutores y buscar en los movimientos sociales, en las organizaciones, en las empresas de base social y en las pymes los ámbitos en los que el conocimiento sea de ida y vuelta.
La existencia de un esquema de innovación tecnológica puede establecerse a partir de la valoración de cinco aspectos fundamentales: a) la capacidad de las universidades para formar trabajadores calificados vinculados con el medio o crear nuevas tecnologías insertadas en los procesos productivos nacionales estratégicos; b) la presencia de empresas que proporcionen conocimientos especializados y estabilidad económica, que tengan un compromiso efectivo con su cadena de valor y contribuyan al desarrollo local; c) la existencia de un Estado que, regulando, evite la excesiva concentración económica sin dejar de incentivar la creatividad, la inversión y, especialmente, el crédito para los sectores que no logran dar el salto por falta de capital; d) el dinamismo empresarial de la población para poner en marcha nuevas empresas e ideas innovadoras y e) la disponibilidad de la sociedad para definir a la equidad como uno de los pilares constitutivos del modelo de desarrollo.
El contexto macroeconómico internacional que viene para adelante en Argentina parece realmente favorable. Para lograr un verdadero desarrollo (crecimiento con inclusión social) no habrá que imaginar un nuevo derrame de la economía ni soñar con una apertura ingenua y letal para nuestro aparato productivo.
Esta vez debemos apostar por nuestras capacidades, por mejores universidades, empresas con apego al conocimiento y la investigación, un aparato estatal moderno y una apuesta decidida a la equidad y a la igualación de oportunidades empezando por el sistema educativo y el mercado laboral. Depende de nosotros, el contexto nos juega a favor. Se trata de que nos salga bien para dejarles un legado mejor a nuestros hijos.